lunes, 13 de agosto de 2012

Lluvia de estrellas


Tumbados los cuatro boca-arriba sobre nuestras toallas de la playa que hemos colocado finalmente en un campo de fútbol que había junto a un parque en aquel pueblo vecino al de nuestra ciudad, nosotras tres una al lado de la otra y él junto a nuestras cabezas. La temperatura ha comenzado a disminuir y notamos ese débil viento que nos acaricia la piel mientras contemplamos fijamente el firmamento, admirando esos puntos diminutos llamados estrellas. Nuestra visión es algo más reducida a causa de la clara contaminación lumínica que nos impide observar la verdadera luz. Aún así, hemos hecho el esfuerzo de encontrar un buen lugar donde estar cómodos, huyendo de las pocas personas que podrían estar en la calle a esas horas de la madrugada. La temperatura sigue bajando hasta el punto de notar como se nos pone la piel de gallina y sentir la necesidad de taparnos con esas toallas que hasta hace un momento era donde estábamos tumbados. Cada vez que vemos caer una estrella del cielo, no tenemos tiempo suficiente para pedir esos deseos  que, por desgracia, continuarán guardados dentro de nosotros junto a la esperanza de verlos hechos realidad. Las señalamos con el dedo, marcando su pequeña trayectoria hasta que se desvanecen, y no podemos evitar soltar algún grito de ilusión pues sabemos que aquello no nos pasa cada día. Ahora podemos volver a casa con la satisfacción de haber pasado una de las noches más mágicas.

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