martes, 7 de agosto de 2012

Acaríciame



Y cuando por fin te decides a cogerme de la mano, mi pulso se acelera y empiezo a notar esas pequeñas mariposas en mi estómago. No me sueltes, por favor, pienso. Pero lo haces en seguida. Me giro, te miro, sonríes, sonrío, intento disimular las ganas que tengo de besarte. Esta vez soy yo quien te toca las manos, las acaricia, las coge. Permanecemos así durante unos segundos, sentados en aquel banco. Silencio. Vuelves a soltarme, pero esta vez apoyas una de tus manos en mi pierna derecha y me acaricias lentamente mientras te acercas lo suficiente como para que nuestros labios se toquen. Me gusta y no puedo evitar sonreír. Siento como tu lengua comienza a buscar la mía y yo no pongo oposición. Alrededor no hay nadie, estamos solos e intento disfrutar de este momento que has decidido compartir conmigo a pesar de esos problemas que tuvimos para poder encontrarnos, además de mi mala sensación de sentirme insegura y haber probado de esquivarte de vez en cuando. Admiro esa fuerza de voluntad que tuviste al continuar intentando establecer conversación conmigo tras haberlo evitado durante un tiempo, pero en este mismo instante no me arrepiento de estar aquí contigo, con tus labios sobre los míos, tus manos sobre mi cuerpo, pudiendo respirar tu perfume y verte apartar la mirada después de besarnos. Yo vuelvo a sonreír, parece ser lo único que puedo hacer en ese momento.

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