domingo, 16 de septiembre de 2012

UNO

Sentados los cinco en el frío suelo del Parc Catalunya de nuestra ciudad, a las tres y cinco de la madrugada de ese veintiocho de agosto, nos disponemos a sacar las nuevas cartas del UNO de su caja para iniciar unas cuantas partidas. El cielo está ligeramente nublado aunque se pueden apreciar algunas estrellas que brillan entre las luces de las farolas que iluminan el parque. Escuchamos un par de chicas reír escandalosamente, cosa que nos hace suponer que quizá estén algo borrachas. Esas risas se pueden oír más fuertes a medida que las chicas se acercan a unos columpios situados a pocos metros de nosotros. Las ignoramos y él, tras haber barajado las cartas, comienza a repartirnos las nuestras, dándonos siete a cada una. Observo las mías atentamente y comienzo a ordenarlas por color y después por número, dejando las cartas "especiales" (así como el "roba 2" o "cambio de color") a la derecha. Este tipo de cartas son graciosas, pues no son las del UNO normal, sino que son de playa y las de color rojo, por ejemplo, tienen un pequeño dibujo de un cangrejo en la parte inferior. Tras haber jugado unas cuantas partidas (añadiendo una nueva regla consistente en robar dos cartas más del montón si dices alguna de las palabras que habíamos puesto como prohibidas, así como "dos" o cualquier palabrota), decidimos recoger pero es entonces cuando él tuvo la gran idea de explicarnos que con aquellas cartas podíamos llegar a cortar alguna botella de vidrio si sabíamos cómo lanzarlas. Cogimos unas cuantas cada uno y comenzamos a lanzarlas al aire. Al no tener ninguna práctica, muchas salían desprendidas hacia atrás y otras simplemente ni se movían del sitio. Cuando todos nos quedamos sin nada entre las manos, recogimos todo lo que habíamos tirado al suelo, guardamos esas cartas nuevamente en su caja y volvimos a casa.

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